Cinco libros hermosos que fueron escritos originalmente en español.
La literatura no trata sólo de ideas, de personas, de tramas cautivantes. Eso tiene que estar, no hay dudas. Pero cuando leemos un texto y nos conmueve, por lo general, tiene que ver con algo más: con la forma en que las palabras están entrelazadas. Es el diseño, casi quirúrgico, con el que el autor o autora pensó el ritmo, la puntuación, el orden de los elementos. Son los sonidos silenciosos que toman vida en la cabeza del que lee. Son los momentos en que sentimos que una frase fue construida con tanta, pero tanta belleza, que se vuelve inolvidable.
Es muy difícil (por no decir imposible) traducir esta poesía lingüística de un idioma a otro. Porque, justamente, cada lenguaje tiene sus sonidos, sus fonemas, su rítmica. Y lo que sonaba perfecto en un idioma, puede quedar arbitrario o ni siquiera tener sentido en otro.
Con esto no estamos diciendo que los textos traducidos carecen de valor literario; para nada. Hay obras increíbles que traspasan cualquier barrera idiomática. Y también hay traducciones hechas con un esmero impresionante, con pulso de artesano. Pero en este correo queremos detenernos en los beneficios de leer textos que fueron pensados en el idioma y con el lenguaje exacto el que uno los terminará leyendo.
Por eso, aquí te dejamos cinco libros escritos originalmente en castellano que, desde nuestro punto de vista, se destacan por su destreza literaria, por su riqueza lingüística y, sobre todo, por cómo esto logra conmovernos.
“Poeta Chileno”
Alejandro Zambra
Poeta chileno, de Alejandro Zambra, es una novela sobre la poesía, el amor y las familias que se forman sin reglas fijas. Gonzalo quiere ser poeta, pero termina convirtiéndose en algo más inesperado: padrastro.
Vicente, el hijo de su ex, crece entre versos y libros, sin saber bien si la poesía es un refugio o una condena. Entre Santiago y Nueva York, la historia avanza con ironía, nostalgia y un cariño inmenso por esos lazos que no siempre tienen nombre. Zambra habla de literatura, afectos y decepciones con su estilo preciso y ligero, pero lleno de ecos profundos.
Un fragmento que nos encantó:
“Generalmente Gonzalo y Carla iban a las marchas, ocasionalmente acompañados por Vicente, que siempre era el que más gritaba y disfrutaba.
Generalmente Carla y Gonzalo dormían abrazados. Generalmente tiraban cuatro veces por semana y el mismo niño que antes siempre bajaba a colarse en la cama grande ya no bajaba nunca.
Generalmente Carla se ponía arriba de Gonzalo, generalmente tenía orgasmos, generalmente más de uno, ocasionalmente más de dos. Siempre, después de hacer el amor, ella iba al baño. Ocasionalmente Gonzalo se lo metía por el culo.
Carla se lo chupaba generalmente por la mañana, cuando volvían de dejar a Vicente en el colegio y les quedaba media horita disponible antes de partir al trabajo.
Generalmente, mientras se lo chupaba, ella se masturbaba. Generalmente se tragaba el semen, ocasionalmente le gustaba recibirlo en la cara y siempre que eso sucedía ella decía, muerta de risa, que era bueno para el cutis.
Generalmente Carla pensaba que viviría hasta los cien años, sentía que era en cierto modo indestructible, pero ocasionalmente se sorprendía pensando en la muerte.
Generalmente Carla pensaba que si ella se muriera, Gonzalo seguiría viviendo con Vicente. También Gonzalo pensaba eso.
Ocasionalmente hablaban de tener un tercer hijo, generalmente era Gonzalo quien sacaba el tema. "Otro hijo", decía, generalmente, pero ocasionalmente lo llamaba "mi hijo propio".
Generalmente Carla pensaba que si Gonzalo se muriera, ella pasaría unos años de duelo y encierro pero rearmaría su vida con alguien más.
Generalmente Carla olvidaba por completo que Gonzalo no era el padre de Vicente. Y eso le sucedía, también, ocasionalmente, al propio Vicente.
Generalmente Carla pensaba que estaría con Gonzalo toda la vida.
Generalmente, Gonzalo pensaba que estaría con Carla toda la vida.
Ocasionalmente Carla pensaba que alguna vez, en un futuro impreciso, le gustaría acostarse con otra gente. Ocasionalmente se dejaba cortejar por compañeros de trabajo que la encontraban rica.
Ocasionalmente Gonzalo fantaseaba con acostarse con sus alumnas o con otras profesoras. Ocasionalmente pensaba que, alguna vez, a mediano plazo, lo haría.
Generalmente Carla pensaba que si encontrara a Gonzalo con otra mina se moriría de rabia pero al final lo perdonaría.
Generalmente Gonzalo pensaba que si encontrara a Carla con otro huevón se moriría de rabia pero al final la perdonaría.
Generalmente Carla quería estar donde estaba y quería ser quien era.
Dicen que eso es la felicidad: nunca sentir que sería mejor estar en otra parte, nunca sentir que sería mejor ser alguien más. Otra persona. Alguien más joven, más viejo. Alguien mejor.
Es una idea perfecta e imposible, pero igual, durante todos esos años, Carla generalmente quería estar exactamente donde estaba. También Gonzalo. Y también Vicente, sobre todo Vicente quería estar exactamente donde estaba, con excepción de los fines de semana con su padre, cuando extrañaba su pieza, su casa, su familia.”
“El nervio óptico”
María Gainza
En El nervio óptico, María Gainza propone un puente entre el arte y la vida. A través de cuadros y artistas, la narradora reconstruye su propia historia: una mujer argentina atravesada por la fragilidad, la enfermedad y el deseo de encontrar sentido en las imágenes. Cada obra es una ventana a su mundo, un eco de sus pérdidas y obsesiones.
Con un estilo que propone un híbrido entre novela y ensayo literario, Gainza traza un relato fragmentado donde la pintura se convierte en un espejo de la vida, en un diálogo entre el arte y la propia existencia.
Un fragmento:
"Uno habla de sí mismo todo el tiempo, uno habla tanto que termina por odiarse. Cuando me canso de mí, de las volteretas que da mi cabeza, pienso que quizá no sea una mala idea terminar siendo un fantasma. Me refiero a uno de esos espíritus molestos que en la jerarquía fantasmal están abajo de todo. Qué risa. Ser un espíritu inquieto, sentir que mi cuerpo se desmaterializa, mi plúmbeo cerebro sobre todo: desprenderme de los arrebatos que son mi cárcel, del magma que brota de mi corazón las veinticuatro horas, volverme ondas intermitentes de energía, centelleos caprichosos del Más Allá... En fin, parar de pensar, eso sería la gloria.”
“La lección de anatomía”
Marta Sanz
Un padre enfermo, una madre contenida, una hija que escribe. La lección de anatomía disecciona la memoria familiar con bisturí afilado: la piel que se arruga, el deseo que persiste, la culpa que pesa. También es una autobiografía que explora la relación de la autora con sus padres, la educación sentimental de una niña en los años setenta y el modo en que la memoria construye la identidad. Marta Sanz se mira a sí misma como a un cuerpo que cambia, que hereda gestos y heridas, que se define entre el deseo y la culpa.
Un fragmento:
"Jugando al balonmano en la azotea, descubro que quizá estoy dejando de ser competitiva. Me da igual ganar o perder. Mi profesora de gimnasia se exaspera. Dejo de medirme con las niñas escondidas bajo los abrigos, con las niñas que pican carne en el mercado municipal, y ya sólo me comparo conmigo misma: ese es el gusano que me va a terminar comiendo por dentro. Es un gusano muy voraz. Nunca hago lo suficiente. Siempre busco versiones de los hechos en las que mi desidia sale a la luz. Ya no soy una cínica, como cuando tenía diez años, pero conservo parte de una soberbia que me hace sufrir."
“Lectura fácil”
Cristina Morales
Una vez escuché que leer a Cristina Morales era como que te dieran un puñetazo en la cara. Me pareció una comparación muy ilustrativa. También podría decirse que leerla es como asistir a una clase magistral de literatura, impartida por una catedrática que, mientras deleita a los presentes, los manda a la mierda y se les ríe en la cara.
La historia sucede en una Barcelona gentrificada, cosmopolita, opresiva y bastarda, y se narra a través de cuatro parientas: Nati, Patri, Marga y Àngels, que tienen, según lo que la Administración y la medicina consideran, distintos grados de “discapacidad intelectual”.
A través del relato de estas mujeres, se construye una novela radical, tanto en ideas, como en su forma y su lenguaje. Cristina Morales explora aspectos de las identidades humanas y colectivas con una crudeza y honestidad que, de a momentos, incomodan.
Un fragmento:
"En otra clase de danza de la Guardería para Adultos Barceloneta (GUAPABA), otra profesora de contemporáneo nos dijo que nos quitáramos los calcetines. Íbamos a hacer unas piruetas y quería asegurarse de que no nos resbalábamos. Todo el mundo se quitó los calcetines menos yo, que tenía una ampolla en proceso de curación en el dedo gordo del pie derecho.
La profesora repitió la disimulada orden. Era disimulada por dos motivos: primero, porque no dijo «Quitaos los calcetines» sino «Nos quitamos los calcetines», es decir, que no dio la orden sino que enunció su resultado, ahorrándose la impopular pronunciación del verbo en imperativo. Y segundo, era disimulada porque no se dirigió a la otredad que en toda clase, sea de danza o de derecho administrativo, constituimos las alumnas con respecto a la profesora. Ella dijo «Nos quitamos los calcetines» y no «Os quitáis los calcetines», incluyéndose a sí misma en la otredad y con ello eliminándola, creando un falaz «nosotras» en que profesora y alumnas se confunden."
“Llamada perdida”
Gabriela Wiener
Llamada perdida es una compilación de dieciocho relatos autobiográficos que no tienen desperdicio. Gabriela Wiener escribe sin tapujos, sin esconder las miserias ni justificar sus actos. Se muestra compleja, sintiente, malvada. Víctima y victimaria.
En sus textos habla de autoestima, de amor, de sexo, de la pareja, de la maternidad, de la vida como migrante, de la vida como escritora. Es política, pero no sermonea. No es ejemplo de nada, pero todos empatizamos con ella.
Aunque las historias, de a momentos, podrían parecer historias sobre amor y desamor, en realidad son relatos sobre la necesidad de autodescubrimiento en medio de las expectativas sociales; una fusión entre humor, dolor y vulnerabilidad para mostrar que las respuestas nunca son simples, pero las preguntas siempre son poderosas y complejas.
Dos extractos:
“No fue por agradar y por probar, o quizá sí quería probar y agradar un poco. Lo cierto es que ese primer novio y yo pronto dejamos que una de mis amigas se metiera en nuestra cama. En realidad, nosotros nos metimos a la suya, a la de sus padres para ser precisos. Todavía no teníamos cama ni edad suficiente para ir a un hotel. La
mañana aquella en que vi cómo era mancillada lo que yo consideraba mi propiedad privada, mi derecho inalienable, noté con estupor que algo dentro de mí se hacía añicos para siempre. Quizá mis viejas creencias.”
"Ver a la persona que amas haciendo el amor con alguien que no eres tú te produce un dolor que se concentra a la altura del estómago, como después de hacer cincuenta abdominales. Es uno de esos dolores productivos, que sabes que tarde o temprano te harán un bien. Por instantes puede invadirte una sensación de verídico altruismo –salvo que el marido sea insoportable-, como segundos después de donar una buena cantidad de sangre: cierto vértigo, los ojos abiertos como platos, la vena abierta y un poco de ti en un tubo transfiriéndose a alguien que no sabe que en realidad tienes un extraño tipo de sangre que lo envenenará."